viernes, 8 de noviembre de 2024

Dedicatoria a Bram Stoker


Hoy, 8 de noviembre, se cumplen 177 años del nacimiento del maestro Bram Stoker. Y por ello, no quisiera dejar pasar la oportunidad de brindarle un pequeño homenaje a modo de poema titulado "Lamento de un condenado", el cual podéis encontrarlo en mi libro "El ente de la cripta". Ojalá te llegue allá donde estés y puedas disfrutarlo, ya que "Denn die Todten reiten schnell"...


Lamento de un condenado, por A. Fabián


“Levántate, oh querido, 

y camina junto a mí como igual por entre los senderos del olvido.

Yo, que te he regalado el beso de la vida eterna,

te otorgo don y condena,

pues de entre todos los muertos tu vida yerma será plena.


Levántate, oh querida,

y riega este mundo de mal y de muerte,

pues de entre los vivos hallarás inerte, 

que sesgando sus vidas la tuya será vivida.


Aparta ya el blanco y sedoso sudario que mancilla tu cuerpo,

y camina sin lamento y sin pesar,

pues tu lívido cadáver deberás de alimentar.

La vida arrebatarás y todo rastro de amor en ti se desvanecerá,

y por ello, en el ser más odiado y temido te convertirás.


Con el tiempo, al igual que yo, 

del fluido vital irremediablemente te saciarás,

y por la sangre viva cada noche renacerás.

No temas a la oscuridad ni a su legado,

ya que en tu transitar pájaro de mal agüero serás llamado.


La enfermedad y la muerte contigo traerás,

más tú no lo podrás evitar.

Es tu don y tu condena, tu pena y tu castigo,

pues en más de cientos de años transcurridos,

aún sigo pidiendo condenado por mi sueño eterno arrebatado.”







jueves, 31 de octubre de 2024

Presentación portada nuevo libro



Me entusiasma presentaros la que será la portada de mi segundo libro títulado "Mientras duermes". Se trata de un libro recopilatorio de relatos de terror, 13 en concreto, que harán las delicias de todo amante del género. Entre ellos se encuentran "El corsage de orquídea", "Las fiebres de Úkitah" y "La dama roja", que ya habéis podido conocer por aquí (y por otros lares, debido a su aceptación para concursar en convocatorias). Eso sí, éstos relatos han obtenido mejoras para una actualización acorde al resto de historias. Podéis obtener unos escuetos resúmenes de los relatos en mi X: @Perseo83.

Espero que os guste tanto como a mí. 


NOTA ACLARATORIA: El libro verá la luz en 2025, pero aún NO hay fecha de publicación. 




domingo, 8 de septiembre de 2024





 ¡¡ATENCIÓN!!


Os hago oficial que para 2025 verá la luz mi segundo libro. Esta vez se trata de un libro recopilatorio de relatos cortos de terror. Por ahora solo os puedo dejar su título:

"Mientras duermes".

Espero poder presentaros su portada pronto. Paciencia ^_^


viernes, 23 de agosto de 2024

 



¡NOTICIA! Me enorgullece presentaros mi primer libro titulado "El ente de la cripta". Con esto concluye el final de un arduo camino lleno de trabajo y esfuerzo. El libro trata sobre un thriller vampírico, pero si queréis saber más, os dejo su descripción que podéis encontrar en su reverso:

"Europa. Siglo XIX. En la región neerlandesa de Haarlem, una familia aristócrata está planeando la renovación de sus votos nupciales por expreso deseo de la condesa Mara. Por tal requerimiento, a la mansión Van Der Hallen llega el sacerdote Guillermo De Meza, pero extraños sucesos ocurren tras su llegada provocando la inesperada visita, tiempo después, de su hermano Gabriel. Los acontecimientos que a continuación se desarrollarán, darán lugar a una vertiginosa carrera por salvar la vida de la señora condesa y esclarecer los misteriosos asesinatos y desapariciones que se están llevando a cabo en la ciudad de Haarlem.

Algo o alguien es el culpable de tales desgracias".

Espero que le déis una oportunidad y que lo disfrutéis enormemente. ¡Un abrazo!

Aquí os dejo el enlace directo:

miércoles, 1 de mayo de 2024

Las fiebres de úkitah





 

“Manuscrito descubierto en el diario del desaparecido Jacob Callen”

 

 

Escribo estas temblorosas e irregulares líneas en las hojas de mi viejo y confidente diario. Ya sé que me queda poco tiempo en este pútrido, decadente y vetusto mundo. Y a los dioses doy gracias por ello y de que por fin esa hora esté cerca. Mientras escribo, miro con repugnancia e incredulidad los restos de la que una vez fue mi mano derecha. Y digo bien, oh sí, esta maldita fiebre está cambiando tanto mi mente como mi cuerpo. Lo que antes era el cuerpo fornido y esbelto de un trabajador que se dedicaba a sus tierras para sacar su sustento honradamente, ahora es una especie de masa informe y reptante llena de pústulas eclosionadas y trozos de piel jironados. ¡Maldito sea el día en que aquel hombre foráneo llegó a la aldea de Úkitah! ¡Maldito sea!

Me cuesta escribir, pues como os digo, lo que una vez fue mi mano ya no lo es. Pero haré un esfuerzo. Daré al mundo testimonio y fe de cómo aquel extraño hombre trajo consigo esta insólita fiebre que ha asolado casi por completo mi humilde aldea. Ahora recuerdo bien a los Thompson, los Hammill, los Sallow, los Berrycloth… tantas y tantas buenas personas… Y sí, digo bien cuando me reafirmo en decir que esta fiebre casi ha acabado con toda señal de vida humana en la aldea, puesto que yo soy el único que queda aún en ella. Pero no falta mucho ya para que me marche también.

Como os digo, la fatalidad cayó sobre nosotros cuando ese extraño extranjero apareció. El día que llegó, formó un gran revuelo debido a que no era costumbre recibir a forasteros por Úkitah, una aldea tranquila y alejada de otras tierras circundantes. Llegó caminando, solo, únicamente acompañado de un pequeño maletín de color poco usual y de singulares formas. Perfectamente ataviado, el hombre vestía un reluciente y peculiar traje oscuro, aunque lo que más llamaba la atención era su perfecto e inmaculado sombrero de copa negro. Al llegar al centro de la aldea, donde se encontraba el pozo de agua que daba sustento a toda la pequeña población, el hombre se paró. Abrió su pequeño maletín y extrajo un diminuto y raro objeto. Tenía forma de una especie de vaso, pero el color, al igual que pasara con el maletín, era extraño y, además, parecía tallado de una piedra muy peculiar y no conocida, por lo menos por el que os escribe estas líneas. El susodicho, con la mano izquierda, dio un gran tirón de la cuerda que sujetaba el cubo que nos permitía sacar aquel líquido y, casi sin esfuerzo alguno, extrajo del pozo el cubo rebosante de agua. Metió el inusual vaso dentro del cubo y lo rellenó con el fresco y cristalino líquido vital. A continuación, se acercó el vaso a la boca y sin más, procedió a beberla. Tras hacerlo, deslizó lentamente la cuerda que aún sostenía con su mano izquierda y devolvió el cubo de nuevo a las profundidades del pozo. Acto seguido, sacudió el vaso de piedra para quitar los restos de agua de su interior y volvió a guardar en su maletín tan extraordinario objeto, no sin antes secarlo con un pañuelo con esmero y dedicación. Hecho esto, se dio la vuelta y empezó a caminar y caminar, hasta perderse en dirección al bosque. Esa fue la primera y la única vez que alguien de la aldea vio a ese hombre.

 

En los días venideros, la vida en Úkitah siguió de manera normal y monótona. Los hombres trabajaban la tierra y cuidaban del ganado, las mujeres atendían a los hijos y preparaban la comida, los niños correteaban y jugaban por la aldea… Hasta que un día, la niñita de los Hammill, Eden, enfermó gravemente. Su padre, un buen hombre y muy trabajador, me dijo algo sobre una extraña fiebre que le había entrado y que la tenía en cama. Pasaron unos cuantos días y le volví a preguntar al señor Hammill por el estado de su hija. Para sorpresa mía, me contestó de feas maneras y me mandó al diablo. Me quedé estupefacto y anonadado pues no era hombre de tan grosera educación.

Volvieron a pasar varios días más, creo que un par de semanas, y llegó a mis oídos que la pequeña Eden había desaparecido sin dejar rastro alguno. Bueno… En cierto modo sí que dejó un rastro. Un extraño rastro de babas, líquido pegajoso y de trozos de piel. Aquel inhóspito vestigio indicaba que lo que pululó por él, se dirigió inequívocamente hacia el bosque. Muchos fueron los hombres que se organizaron para hacer batidas en aquel frondoso terrero para encontrar a la pequeña o, en el caso más desgarrador, hallar su cadáver, aunque todo hiciese indicar que sería esto último. Muchos fuimos los que buscamos por aquel bosque durante horas, pero solo unas inexplicables palabras salidas de la boca del señor Hammill, me hicieron sentir un escalofrío que me recorrió la espalda. Las palabras exactas fueron que jamás la encontraríamos. Casi sin que diese tiempo siquiera a pestañear, varios hombres se dirigieron hacia él con intención de atraparlo, debido a que aquellas palabras suyas parecieron una inculpación en toda regla, la cual, daba como culpable de la desaparición de la pequeña Eden a su propio padre. Pero el señor Hammill fue más rápido que todos esos decididos hombres. Sin que nadie lo esperara, sacó un cuchillo que guardaba al cinto y se rajó el cuello, al mismo tiempo que balbuceaba ensangrentado que no sabía en qué diablos se había convertido su hija.

Esas palabras retumbaron fuertemente en mi cabeza con el discurrir de las horas de ese fatídico día.

 

Y no fue hasta un par de días después, cuando todo empezó a tornarse más misterioso y perturbador. Esta vez fueron la señora Sallow, el señor Thompson y el hijo de este, quienes desaparecieron también tras dejar unos inquietantes y pringosos rastros, no sin antes sufrir de las extrañas fiebres que estaban castigando la aldea. Otro hecho singular fue el que le ocurrió a la señora Rendell. La señora Rendell era una mujer anciana, si no la más anciana de la aldea. Mujer de muchos años, vivió felizmente durante toda su vida en Úkitah junto con el señor Rendell, el cual ya falleció hace tiempo debido a una herida mal curada sufrida durante el trabajo. El caso es que la anciana, tras los sucesos anteriormente mencionados, salió una noche de su casa en camisón, gritando y corriendo sin rumbo como alma que lleva el diablo. Una vez que todos los vecinos estuvimos fuera de nuestras casas debido al gran alboroto formado por ella, la observamos con horror, al mismo tiempo que caía desplomada al polvoriento suelo. Rápidamente el señor Sallow y yo, fuimos en su ayuda. Tras voltearla, el señor Sallow la soltó enseguida debido a lo que vio. La señora Rendell estaba muerta. Pero no solo eso, además, tenía la piel abierta, como hecha jirones, y gran parte de su cara estaba cubierta de pústulas sangrantes que estaban empezando a eclosionar soltando una especie de pus maloliente y espesa.

Pero, sobre todo, lo que aún recuerdo a día de hoy y recordaré siempre, fueron las palabras que me dijo el señor Sallow. Me dijo que su piel ardía, que ardía tanto que quemaron sus manos. De nuevo aquella maldita fiebre.

Fue ella, La señora Rendell, la persona más anciana de toda Úkitah, el único cadáver que se pudo enterrar junto a la iglesia a causa de estas miserables fiebres. Cosa curiosa y peculiar…

 

 

Fue entonces, cuando los ya escasos cabezas de familia y adultos de la aldea, nos reunimos en conclave para intentar dar luz a tan inexplicables sucesos. Y sí, fue en esa reunión donde todos coincidimos en que aquel cetrino y alargado extranjero, trajo consigo aquel mal. Pero sobre todo aquellas inexplicables fiebres que hacían a las personas enfermar de forma tan violenta.

 Rápidamente actuamos. Derrumbamos y tapamos el gran pozo de agua que construimos entre unos cuantos hombres de la aldea décadas atrás. Daba igual. Había que erradicar este mal. Ya buscaríamos otra fuente de agua potable de la que suministrarnos.  De algún modo, ese hombre lo había envenenado con aquel vaso de color y material poco comunes, y con ello el agua que bebía toda la aldea haciendo enfermar a sus gentes. ¿El motivo? No lo sé. ¿Acaso el diablo necesita un motivo para hacer el mal? ¿Acaso las desgracias no ocurren porque sí? ¿No somos meros peones en un mundo donde fuerzas que no conocemos nos hacen bailar a su antojo?

Ahora ya poco importa todo. En un breve periodo de tiempo, el resto de las personas que vivían en esta pequeña pero agradable aldea se fueron yendo casi por completo. Habían desaparecido. No había cadáveres, solo un rastro pringoso y espeso de babas verdosas y azuladas salían de las casas destino al bosque. Uno tras otro, todos se fueron marchando. Siempre lo mismo. Siempre de la misma forma…

 

Fue una noche, la noche que contaba diez días después de la luna llena, en la que empecé a no encontrarme bien y oí una especie de cánticos provenientes del bosque. La noche era agradable y clara. Los chotacabras graznaban en la lejanía del bosque y en la ya casi extinta aldea. Aunque unas grandes fiebres se me empezaban a manifestar, las cuales me desestabilizaban y me perturbaban, logré ponerme en pie de la cama y vestirme. Acto seguido, salí de casa y un suceso extraño, de mal agüero diría yo, tuvo lugar. Tras girar a la derecha de mi humilde morada, pude ver en el establo de la ya desaparecida familia Berrycloth, a un grupo de chotacabras bebiendo la leche de las ubres de las dos cabras que aún quedaban con vida. Instintivamente y casi sin fuerzas, debido a la profusa fiebre, espanté a esos animales del diablo para que dejasen en paz a las pobres cabras que aún quedaban con vida. O eso me pareció a mí. Cuando me acerqué a ellas, pude ver como las cuencas de los ojos de éstas, estaban vacías y llenas de gusanos. De un respingo me puse en pie y froté fuertemente mis ojos. Fue entonces cuando el hedor me vino y supe que ya poco o nada en la aldea se encontraba con vida. Salí de allí como pude y me dirigí a la salida de la aldea, para ir tras ese enigmático canto que oí desde mi casa y que tanto me llamaba en mi interior. Mientras caminaba torpemente, observé en toda la esplanada del cielo, justo encima del oscuro bosque, una especie de luces muy extrañas y coloridas las cuales se movían de forma titubeante. Esas luces no eran de este mundo. De eso no tengo dudas. No estaban formadas por ningún efecto de la noche, del sol, de la luna ni por nada conocido. Eran unas luces que parecían tener vida propia. Como si las luces hablaran. Sí, las luces me hablaban. Me hablaban en mi interior. Esas luces parecían como si formasen un todo y a la vez una nada, estando en perfecta sincronización. Aún ahora, mientras doy fe trabajosamente en este escrito, dudo de si fue una visión creada por las fuertes fiebres.

Cuando ya me encaminaba con un esfuerzo sobrehumano a la salida de la aldea, algo me hizo quedar parado repentinamente, casi petrificado por el horror. Era un bulto negruzco, amorfo, ciclópeo, medianamente grande, el cual estaba justo en el camino de entrada que daba al bosque. Todo mi ser ardía y el sudor corría sin control por mi cuerpo debido a aquella extraña fiebre que no cesaba. Me restregué los ojos con las manos para espabilarme un poco y tras observar de nuevo, ahora lo vi claro. Era ese hombre. El maldito hombre enjuto y alargado vistiendo ese inusual traje con sombrero de copa y maletín en mano que aquel día llegó a la aldea para maldecirla. De pronto, unas palabras secas y profundas me taladraron los oídos:

- Aún no… -.

Intenté vociferarle algunas palabras, pero todo fue en vano. Todo se volvió negro de repente. Me desmayé.

Días más tarde, creo yo, desperté en mi casa, recostado sobre mi camastro. No tengo ni idea de cómo diablos volví a ella. Las fiebres eran ya muy intensas y en mi cuerpo, pude observar que se empezaban a crear unas pústulas de no muy buen aspecto. Quise levantarme de la cama para buscar ayuda, pero de repente caí. A estas alturas ya debería de ser el único ser vivo en toda Úkitah. Solo me quedaba esperar a la parca… o eso creí yo en ese momento.

 

El tiempo pasó y llegamos al día en que os estoy escribiendo este testimonio de fe irrefutable. El cambio físico en mí es ya evidente. La carne humana ya no forma parte de mí como tampoco sus huesos. La fiebre sigue estando, pero ya no es dolorosa ni molesta. Es como si a través del cambio físico, la fiebre formase ya parte de mí y a través de ella aprendiera. Y digo bien, mientras escribo en mi viejo diario la última parte de este relato, mi sabiduría y mi consciencia poco tienen ya que ver con la obsoleta forma de existencia que tenéis los seres humanos. Ya no tengo dolor. Ya no tengo miedo. Ya no tengo preocupación hacia un futuro desconocido. Ya no necesito realizar las necesidades básicas de un cuerpo humano arcaico y desfasado. Ya no me duele mi mano al escribir en mi diario porque, directamente, las letras aparecen escritas en la hoja sin necesidad de tocar físicamente la pluma que estaba utilizando hasta ahora. Tan solo necesito imaginar que escribo para que así sea. Mi mente ya no es prisionera de este tiempo y lugar. Mi yo ya no se rige por vuestros erróneos y anticuados principios físicos y matemáticos. Ahora he ido más allá. Ahora conozco estrellas, galaxias y lugares que jamás, ni en mis más alocados sueños de juventud, creí imaginar. Ahora conozco el idioma de los Ganameos, de los K`gulag, de los blasfemos y peligrosos seres de la gran Thalirosia, de los quisquillosos seres pigmeos de la baja Cilaki… Ahora soy un todo con los universos, las galaxias y los espacios no euclidianos. Ahora sé la verdad sobre los creadores de mundos. Ahora sé la verdad sobre aquel al que llamáis Dios en la tierra...

Aquí os he regalado la verdad más absoluta, como testimonio por escrito de algo colosal y majestuoso venido de una sabiduría de eones, mientras ya salgo de la que era mi casa reptando, dejando tras de mí ese rastro de babas azules y verdosas. Mis hermanos, mis iguales, los que antes eran mis vecinos y los de más allá de todo tiempo y espacio me están llamando a reunión en el bosque. Cada segundo que pasa, cada partícula de mi ser se une más y más con el todo. Ahora sé, sin necesidad de preguntar. Ahora sé quién es el extraño hombre que nos visitó en la aldea. Sólo os diré una cosa. No lo temáis, pues él es el camino hacia el conocimiento infinito, orgásmico y total. ¡Él es la llave que abre toda puerta! ¡Él es el que dota! ¡Él es el que regala conocimiento! ¡Él es el que modela la vida! ¡Él es el que crea a su imagen y semejanza! ¡Él es Gastatoth, el Dios de las formas!



martes, 30 de abril de 2024

Nuevo logo




 ¡Habemus logo! Me alegra poderos comunicar que a partir de este mismo momento este será el logo oficial con el que me reconozcáis por RRSS. Creo que en él se puede ver mi pasión por la literatura, por la escritura y por el género. Siempre he ido un poco "en blanco" en este mundillo así que, gracias a este paso, seré fácilmente reconocible a partir de ahora.

 ¡Gracias y a apoyar fuerte por él! 🙌🙌🙌

La dama roja



“Historia basada en el folclore popular de la ciudad de N`kithai, región de Tokoth”

 

La insólita historia que os voy a narrar me fue revelada una noche mientras reponía fuerzas en una pequeña, hedionda, herrumbrosa y dejada taberna de la ciudad de N`kithai. Como digo, mientras comía y bebía algo decente, una persona de extraños ropajes entró al local y preguntó al tabernero. Enseguida, este señaló hacia mi mesa de mala gana, mientras seguía secando con un sucio trapo un vaso ya opaco de tanto uso. El extraño se giró y empezó a andar hacia mi dirección nerviosamente. Cogí la jarra y la levanté para dar un gran trago a sabiendas de lo que me esperaba. Cuando el hombre llegó a la altura de mi mesa, me pidió con excelsa educación si podía tomar asiento junto a mí. Con la misma educación, le dije mediante un gesto que por supuesto. El hombre era ya anciano, de cabellos largos, grasientos y plateados. Tenía también una prominente barba gris y, a pesar de su avanzada edad, poseía un gran porte. Iba vestido con grandes galas que, sin duda alguna, vivieron tiempos mejores. Sus ropas raídas y, en ciertas partes hechas jirones, así lo testificaban.

El anciano no se presentó. Tan solo me dijo que venía a contarme una historia. Una historia muy importante que debía ser revelada. Volví a levantar mi enorme jarra de cerveza para refrescarme el gaznate mientras lo miraba con incredulidad. Tan solo una palabra salió de mi boca al tiempo que la jarra volvió a tocar la mesa:

 

- Adelante… -.

 

Antes de empezar con el relato me exigió que lo hiciera público, así que tal como salió de sus labios lo cuento:

 

“Hace mucho tiempo, varias décadas tal vez, vivió en estas tierras una preciosa niña de pelo anaranjado, de piel blanca y de pecas multitudinarias. La chica era muy alegre y querida en el pueblo. De familia humilde, siempre acató y sirvió a sus padres en los quehaceres diarios. Era una niña obediente y servicial que siempre ayudaba, en la medida de sus posibilidades, a todo aquel vecino que la requiriese. La peculiaridad de ella, no era su forma de ser agradable, tierna y dedicada, no, era su singular forma de vestir. Siempre se la conoció con una larga capa roja con capucha. La verdad, es que le sentaba estupendamente y, hacía resaltar más aún, sus anaranjados cabellos.

Una fría mañana de invierno, mientras recogía agua del mismo río que hoy cruza este pueblo, vio pasar una comitiva muy llamativa. Casi sin que le diese tiempo a levantarse, grandes caballos con jinetes de ropajes bordados y en diferentes colores pasaron por delante de ella. Sus grandes banderas y estandartes no dejaron duda de a quién pertenecía aquel cortejo. Era de la familia Real de N`kithai. Grandes cuernos sonaron a su paso y redobles de tambores retumbaron en su pequeña barriga. Nerviosa y sorprendida a partes iguales, la pequeña empezó a saludar a tan excelsa comitiva. Pero, amigo mío, juguetón y travieso es el amor. Detrás de dos grandes corceles grises cuyos jinetes blandían grandes pendones, apareció el Rey y, junto a él, su hijo, el joven príncipe. Una sola mirada, una simple mirada inocente y despreocupada hizo que esas dos jóvenes almas quedasen prendadas. La niña bajó de inmediato la vista transformando sus blancas mejillas en dos fuegos ardientes por la vergüenza. El joven príncipe, siguió cabalgando sin dejar de mirarla.

 

Los días, semanas, meses y años pasaron y la vida siguió como si nada. Hasta que un día, un extraño muy bien vestido golpeó la destartalada puerta de la mujer pelirroja. Ella abrió la puerta y el hombre le entregó una misiva.

 

- ¿Quién era cariño? -. Preguntó una voz anciana.

 

- No lo sé. Un extraño ha traído esta carta a casa -. Le contestó la chica.

 

- ¡Ábrela y léela querida! ¡Tiene el sello real! -. Aclaró su madre.

 

La mujer de cabello anaranjado leía con ojos vivarachos y exaltados la carta cuando, de pronto, la dejó caer. Los días transcurrieron en una vorágine de idas y venidas a palacio, reuniones con diferentes personalidades, toma de medidas y de sastres y, en definitiva, todo lo que tiene que ver con ¡una boda! El príncipe, durante estos años de madurez no pudo jamás olvidar a la extraña niña de capa roja que vio a la orilla del rio. Muchas fueron las riñas y peleas con su padre y su madre, los cuales no quisieron que se casase jamás con una plebeya. Ellos decían que no se podía unir en matrimonio a una vulgar campesina porque, ¿qué clase de descendencia tendría junto a ella?

 Fuese como fuese, heredero por derecho, jamás la olvidó y siempre lo tuvo claro. Ella, y nada más que ella sería la que tendría a sus futuros hijos. Ella sería su esposa. Y así fue. Un domingo resplandeciente de abril, se produjo el tan ansiado enlace. Todo fueron risas y bailes. Alegría y disfrute. Jolgorio y excesos en ese señalado día. Todo fue como un sueño para los contrayentes.

 

El tiempo pasó y con la muerte del rey padre, el joven príncipe tomó posesión de su nuevo cargo: ¡Rey! Pero una nube negra se posó sobre el joven matrimonio y su nueva vida como reyes de N`kithai. Aunque lo intentaron de múltiples maneras, la bendición de aquella unión, nunca llegó. La ansiada venida de un hijo, de un heredero real, nunca tuvo lugar. Fueron a sanadores y a curanderos foráneos de otras tierras pidiendo ayuda, pero solo obtuvieron la misma respuesta de siempre: la dama roja no podría jamás concebir.

 

Pasaron algunos años. Años oscuros y de tristeza. Se hablaba por toda N`kithai de que el matrimonio real hacía tiempo que estaba muerto y, una fría noche de últimos de octubre, tuvo lugar el suceso. Según se dice, el rey, en un arrebato de locura total por no poder tener descendencia, cogió su estoque y lo clavó violentamente en las tripas de su amada, tras una acalorada discusión entre ambos. Después, rasgó hacia los lados su blanca barriga hasta dejar caer sus vísceras al suelo. Estando ya ella de rodillas e intentando volver a metérselas para sus adentros, el enloquecido rey cogió un tramo del intestino delgado, se lo pasó por el cuello de ella y comenzó a estrangularla. Mientras agonizaba y esputaba coágulos de sangre por su boca en busca de una brizna de aire que llevar a sus encharcados pulmones para mantener la escurridiza vida, el malvado rey le dijo:

 

- Ahora, ahora sí que eres la dama roja… -. Le susurró al oído del mancillado cuerpo allí arrodillado que una vez fue su mujer.

 

 Hubo, cómo no, un sepelio real con todo lo que eso conllevaba. El pueblo entero fue a dar el último adiós a la querida reina difunta y a mostrarle sus respetos. Lo que nunca se supo fue la forma en que murió verdaderamente. Desde palacio, se hizo saber a todos los ciudadanos de N`kithai, por medio de un bando informativo, que la muerte de la joven reina había sido un trágico acontecimiento. Un acto donde ella, al no poder concebir, se quitó la vida. Nunca, el maldito joven rey, tuvo las agallas ni el valor de contar la verdad. Ni siquiera a sus más allegados”.

 

 

- ¿Sabe, joven? Solo hay un poder en el mundo que logre vencer a la mismísima muerte. Y no, no es el amor… sino, ¡la venganza! -. Exclamó raramente el viejo que me estaba contando aquella peculiar historia antes de levantarse y salir de la taberna dando tumbos mientras jadeaba extrañamente.

 

 

Pues eso es todo. Hasta aquí reza el relato que me contó ese viejo loco. Extraño cuanto menos. La verdad, es que no le hice mucho caso. De todas formas, aquel anciano habría perdido la cabeza. Aquel maldito anciano me contó aquella extraña historia a mí, lo mismo que se la podría haber contado a cualquiera de los allí presentes. O eso creí en ese momento.

Tras acabar mi cena, me levanté de la mesa y dejé sobre ella dos pekures y medio. Dinero de sobra para complacer al gordo tabernero. Antes de salir a la calle, me abrigué con mi capa y me propuse a salir del destartalado establecimiento. Giré a la derecha y me dirigí a coger mi caballo. Tras montarlo y golpear con suavidad sus costados con mis espuelas, emprendí de nuevo mi viaje. El extraño relato que me había narrado aquel anciano me empezó a rondar por la cabeza. La soledad de la noche, junto con sus característicos sonidos, hicieron bien su trabajo. Miraba a derecha e izquierda, inquieto, y sin darme cuenta apreté el paso. Mi caballo trotaba ya con alegría cuando me dirigí a bordear, curiosamente, el río de la maldita historia. El río donde, por primera vez, se vieron el joven príncipe y la niña de cabellos anaranjados. Extraña y repentinamente, el caballo se paró en seco y empezó a dar tumbos. Traté de controlarlo, pero fue en vano. Sin esperarlo se alzó y me dejó caer al suelo. Tras quitarme el barro de la cara, busqué ansioso al corcel, pero no lo divisé:

 

-Seguramente, habrá corrido río abajo. Fantástico… -. Maldije para mis adentros.

 

Me levanté y me limpié como pude y empecé a caminar, río abajo, en busca del caballo. Pero algo llamó mi atención. De repente y sin que me hubiese dado cuenta antes, una extraña niebla se formó en un punto específico del camino junto al río. No seguía las leyes normales de la naturaleza. Como acto reflejo, me agaché y me escondí detrás de un pequeño matorral situado a unos treinta pasos de la inusual bruma. En escasos segundos, una dulce canción empezó a sonar. Al principio me pareció el sonido del viento al soplar, pero poco a poco empezó a cambiar, indudablemente, al canto lastimero de una joven mujer. La niebla, antes blanquecina y dispersa, empezó a tornarse rosada hasta llegar a ser de color rojo, y transformándose sin duda alguna, en una figura con capa y capucha. De ella, una cadavérica mano apareció y señaló sin titubeos un lugar específico. Acto seguido y solo tras haber desaparecido aquella fantasmagórica aparición, me dirigí al punto donde había señalado sin saber muy bien por qué. Era noche cerrada, fría y volvía a lloviznar por lo que me costó un poco divisar lo que me había señalado aquella cosa. Lentamente fui hacia un bulto extraño en la noche. Caminaba trabajosamente hacia él, debido a la gran cantidad de barro que empezaba a acumularse en mis botas, y una vez llegué a su altura extendí mi mano izquierda para alcanzarlo. Aun sin ver nada, pude palpar algo caliente y blanquecino y al mismo tiempo gelatinoso. De pronto y sin esperarlo, un gran trueno iluminó todo aquel lugar permitiendo durante tan solo escasos segundos una visión perfecta. Pero no hizo falta ni un segundo más. Lo vi perfectamente. ¡Era aquel extraño anciano que momentos antes me había contado aquella insólita historia! ¡Se encontraba de rodillas, con la cabeza baja dando con su barbilla en el pecho, con la barriga abierta de par en par y estrangulado con sus propias tripas! Como pude, retrocedí torpemente y volví a caer a la tierra embarrada. Las botas me pesaban quintales. A lo lejos, pude divisar al maldito caballo. Corrí y corrí trabajosamente hacia él y una vez que estuvo a mi altura, monté y salí de allí sin mirar atrás.

 

 

Muchos años han pasado ya de esta vivencia que ahora hago pública como me ordenó hacer aquel desgraciado anciano al que ahora puedo llamarle rey. Me da igual si me creen o no. Hago lo que él me dijo que hiciese y así lo seguiré haciendo. Algunos me llaman loco; otros, mentiroso pero, ¿acaso una mentira vive para siempre? A día de hoy, y han pasado muchas décadas ya desde aquel suceso, no he podido quitar de mi mano izquierda, aunque lo he intentado de múltiples maneras, lo que es sin duda el testimonio de veracidad más fehaciente: ¡la sangre de las vísceras del anciano rey que la dama roja, en venganza, derramó!


 

El Corsage de orquídea

 



Era viernes a primera hora. John se preparaba para ir al instituto como de costumbre, pero ese día tuvo una sensación rara. Algo iba a trastocar su vida para siempre.

Una vez que se apeó de aquel bus destartalado y amarillo, se propuso cruzar las majestuosas puertas del High School James Madison que tantas y tantas veces él había traspasado, pero un cartel que no debería estar allí llamó poderosamente su atención: “BAILE PROM: Baile de graduación de fin de curso”. Como casi siempre, la vida pasaba alrededor de John y este, simplemente la observaba. De hecho, odiaba las reuniones y las aglomeraciones de personas como este tipo de fiestas y similares. Era un chico reservado y tímido, pero para aquel evento, para aquel baile, las cosas iban a cambiar. El juego de la vida lo había puesto en su tablero. A John le había tocado el premio gordo.

A la hora del almuerzo, John se encontraba tranquilamente sentado en una mesa del comedor y, de pronto, su vida despreocupada y afable se truncó. Una chica, a la que nunca había visto, morena, de ojos azules, de piel blanca como el primer copo de nieve virgen que cae al suelo y de cuerpo alegre y bonito se le acercó:

-Hola. Eres John Miller, ¿verdad? -preguntó ella. John se quedó tan anonadado que casi se le cae de la boca el trozo de manzana semi masticada que estaba comiendo.

-¿Sssssssssí? -respondió casi tartamudeando de asombro y mirando alrededor por si era alguna broma de los típicos abusones del instituto.

-Hola. Me llamo Gloria Wilson y quisiera saber si te gustaría ir al baile de mañana por la noche conmigo. Espero que aún no tengas pareja... -expuso Gloria en tono avergonzado y casi sonrojándose.

-Nnnnnno. No tengo pareja. La verdad es que ni tenía planteado asistir ya que, la verdad, no me gustan estos tipos de eventos -dijo John sonrojándose mucho más que Gloria al preguntar.

-¿Cómo? ¿Que no tienes planeado asistir? John, por favor, recapacita. Son cosas que pasan una única vez en la vida. Luego te arrepentirás de no haberlo hecho. Y, además, podrías ir conmigo… -le rogó Gloria cogiéndole de las manos.

John comenzó a hiperventilar y a sudar irremediablemente. Que aquella hermosa y tierna chica le estuviese pidiendo salir a él, un chico del montón en aquel estatus académico, no era normal. John apretó sin querer sus manos y dijo lo siguiente:

-Está bien. Iré contigo. A la tarde te llamo para saber la hora en que me paso por tu casa para recogerte -le comunicó John demasiado rápido trabándosele la lengua por ello.

-¡No! Esto... mejor nos vemos en la puerta del gimnasio del instituto a las nueve, que es a la hora que comienza el baile -respondió Gloria muy nerviosa y algo intranquila.

-Está bien. No hay problema. Pues aquí nos veremos el sábado a las nueve -dijo John, sin percatarse de lo nerviosa que se había puesto Gloria, intentando asimilar todo aquello. En esos momentos John se sentía en el quinto cielo: aquella chica tan hermosa, el baile, su primera cita… Eran demasiadas emociones para alguien como él.

 

El sábado por la mañana fue atareado. Todo aquel asunto del baile había sido inesperado y vertiginoso. Había que alquilar un traje y comprar el corsage típico para la mano de Gloria. Todo debía ser perfecto. Las oportunidades había que cogerlas y no dejarlas escapar. Eso es lo que pensaba John. A él, un chico normal y del montón, le había tocado verdaderamente el gordo.

 

Las nueve menos cuarto de la noche y allí se encontraba John en la mismísima puerta del gimnasio del James Madison. Estaba hecho un flan, pero eso sí, iba inmaculado. De traje negro brillante, camisa blanca, pajarita negra y zapatos de charol, John no parecía el mismo. Era su noche, su momento. Apostó fuerte por ello y salió decidido a acabarla con aquella chica cogida de su brazo para siempre. Y de repente, casi de la nada, allí apareció ella. Llevaba un lindo vestido en color rojo, de cuello alto sin mangas y con un precioso lazo granate a la cintura. También una diadema roja sujetaba esa perfecta melena suelta color negro azabache. A John le encantó la forma de vestir que escogió Gloria para esa noche. Sin duda alguna, esa chica lo tenía todo. Y lo más importante, ella iría de su brazo.

-Hola Gloria -dijo John, casi saliéndosele el corazón por la boca mientras un estúpido tic en el ojo izquierdo se manifestaba.

-Hola John -contestó Gloria, ruborizándose.

-Creo que esto es para ti -le ofreció John, mostrándole un corsage de orquídea-. No sé muy bien en qué mano va... -declaró John con cara de sinceridad. Acto seguido, Gloria cogió las manos de John y tranquilizándolo, ayudó a que se lo colocara en su muñeca derecha.

-Pues creo que ya es oficial, ¿Entramos? -dijo Gloria tan dulcemente que John se tranquilizó de golpe.

La pareja traspasó la puerta enorme del gimnasio del instituto y todo empezó a fluir como debía. El tiempo verdaderamente se paró. Después de vivir una velada de ensueño, John tenía la intención de pedirle salir a Gloria. Dar el siguiente paso. Pero algo ocurrió. Algo inesperado. Eran cerca de las doce de la noche, hora en la que acababa aquella fiesta y Gloria le afirmó muy alterada a John que se debía marchar. Que se le había hecho muy tarde. Sin mediar palabra, salió corriendo entre la gente sin que él pudiese hacer nada para impedirlo. Sólo una cosa quedó entre sus manos: una esclava de plata perteneciente a Gloria.

La vuelta a casa fue amarga para John. Mientras caminaba pensó que ella intuyó algo de su intención de pedirle salir y la había espantado y de qué manera. Que, a lo mejor, simplemente quería ir al baile y lo eligió a él como podía haber elegido a cualquier otro. Y por un instante casi se volvió loco. Cayó en la cuenta de que ¡casi no sabía nada de ella! No supo ni por dónde empezar. Pensó buscar en una guía telefónica su dirección, preguntar a compañeros del instituto… Pero entonces recordó la esclava de plata y se propuso a examinarla.

-¡Bingo! -exclamó, al encontrar inscrito el nombre de Gloria y, en el reverso, su dirección de residencia. Le pareció algo extraño eso último, pero quizás fuese lo ideal por si aquella pulsera acababa perdida y algún alma caritativa quería devolverla.

Fuese como fuese, gracias a esto John pudo tranquilizarse y dormir algo aquella frenética noche inundada de emociones. Estando ya metido en su cama y antes de caer rendido por el sueño, se propuso al día siguiente hacerle una visita.

 

Era la mañana del domingo después de aquel baile. John desayunó rápidamente y se dirigió a casa de Gloria. Cogió el coche y marchó hacia su destino no sin antes comprobar dónde quedaba aquella dirección. Tras un tiempo de conducción, la encontró. Era una casita humilde, unifamiliar y con un tejado a dos aguas muy bonito. John se bajó del coche y se dirigió hacia la puerta de aquella casa no sin antes volver a comprobar que la dirección era la correcta. Cargado de nuevo con unos nervios propios de un examen final, llamó al timbre temblorosamente y esperó a que alguien apareciera. La puerta se abrió. De ella se asomó una mujer cincuentona, de pelo negro y con algunas canas que le preguntó qué quería. John enseguida supo que se trataba de la madre de Gloria por su gran parecido.

-Hola. Soy John Miller. Voy al mismo instituto al que va su hija Gloria. Verá, ayer la acompañé al baile y perdió una cosa. Quisiera poder devolvérsela y hablar con ella. ¿Puede ser? -dijo John nerviosamente.

La madre, al oír esto, no daba crédito. Miró a los lados para percatarse de que no era una broma de mal gusto y en tono amenazante, le contestó a John:

-Mira, no sé quién eres, pero si vuelves por aquí diciendo estas tonterías llamaré a la policía -John quedó totalmente descuadrado y fuera de lugar. No sabía por qué esa mujer le había respondido aquello y aclaró:

-Lo siento de veras señora, pero no entiendo lo que ocurre. Solo venía a ver y hablar con Gloria un momento -dijo John cada vez más intrigado y sorprendido a partes iguales.

-Basta chico. Basta de bromas. Por el amor de Dios. Es muy doloroso -pidió la mujer morena con lágrimas asomándose ya en los ojos.

-Pero, ¿qué ocurre? ¡Cuénteme por favor! ¡Estoy totalmente perplejo! -empezó a vociferar John a punto ya de explotar y queriendo saber más sobre tal asunto.

-Eso que me dices es imposible que haya ocurrido. Mi hija Gloria está muerta. Murió el año pasado cuando iba camino de ese estúpido baile. Un borracho en coche la atropelló justo cuando iba a cruzar la calle que da a la puerta principal del instituto -sentenció la señora.

-Nnnnno... no... No puede ser. Debe de tratarse de otra Gloria. Justo ayer, estuve toda la noche bailando y pasándomelo bien con ella... es imp... imposible… -a John le afloró un sudor frío por la espalda, pero aún no era nada comparado con lo que sentiría dentro de un instante.

-Mira chico, toma esta fotografía y dime si es ella o no -buscó finalizar aquella estúpida situación la mujer.

John no lo pudo soportar. Era ella. Era su Gloria. Era su cabello, sus ojos, su boca, su luz... Era imposible. Acto seguido John le dijo a aquella mujer:

-Es ella... Es ella... ¿qué clase de broma es esta? Lo siento señora, pero debo marcharme. Tome su esclava de plata, es el objeto que perdió anoche. Debo marcharme ya. Adiós -expuso John con la cara tan blanca y los ojos tan vacíos como los de un muerto.

Mientras John se marchaba dando tumbos y muy mareado por aquellos sentimientos extraños aflorados, allí quedó aquella pobre mujer llorando a pleno pulmón sin consolación alguna mientras sostenía entre sus manos la esclava de su hija fallecida.

 

 

Pasados unos días, cuando John recuperó medianamente la estabilidad de sus cinco sentidos y dejó atrás una repentina fiebre sufrida por aquella situación extraña, se llenó de valor y se propuso ir al cementerio para comprobar si aquella broma macabra del destino tenía sentido alguno. Cogió de nuevo su coche y se dirigió rumbo al camposanto. Allí se encontraba, frente a aquellas vallas blancas e infinitas, cuyo perímetro delimitaba el lugar. Se dispuso a entrar y empezar con la ardua tarea de encontrar su supuesta tumba. Pasaron las horas y John seguía buscando una lápida que pusiese el nombre de Gloria Wilson, pero no encontraba nada. Eso empezó a tranquilizarlo, ya que, sin duda alguna, todo aquello era de locos y debería de tener alguna explicación lógica. Ya faltaba poco para repasar la inmensa y enorme explanada de lápidas sin fin cuando algo llamó su atención. En una lápida blanca, impoluta y reciente, colapsada por multitud de flores, había un peculiar corsage de orquídea que no debería estar allí. Pero no se trataba de un corsage cualquiera, no, ¡era el que pocos días antes John colocó en la mano derecha de Gloria! Aquello era imposible. Aquello era inaudito. Rápidamente leyó el epitafio de la lápida:

 

"Aquí yace Gloria Wilson, 2001-2017, fue una hija ejemplar. Tus seres queridos no te olvidan".

 

A John se le heló la sangre y sufrió un mareo frío y repentino. Tuvo ganas de vomitar debido al gran malestar que floreció en él tan apresuradamente. Estuvo a punto de desmayarse cuando además se fijó en la foto de Gloria. Era la misma que días atrás su madre le había enseñado en el porche de su casa. Era ella. Era su tumba. De eso ya no había duda alguna.

John cayó de rodillas al húmedo césped y empezó a llorar lastimosamente. No daba crédito a todo aquello. ¿Qué diablos había pasado? ¿Qué era Gloria? Mientras lloraba recostado sobre la tumba de Gloria e intentaba ordenar y darle sentido a aquel caos en su cabeza, una leve brisa de viento frío dejó caer el corsage de orquídea cerca de sus rodillas. Al recogerlo, se percató de que había una nota en su interior y con las manos temblorosas procedió a cogerla y leerla:

 

"Hola John. Perdóname por todo el daño que te haya podido ocasionar. Gracias a ti he podido vivir y sentir finalmente esa experiencia de ir al baile y poder lucir mi vestido. Es algo que nunca olvidaré. Y sí, la respuesta hubiese sido sí. Sí hubiese aceptado salir contigo. Te quiero".