jueves, 27 de noviembre de 2025

¡SOY FINALISTA DE LA IV EDICIÓN DEL YUNQUE LITERARIO!

Me llena de orgullo comunicaros que ¡soy finalista de la IV edición del Yunque Literario! Para mí, un autodidacta del arte de las letras, es un premio ya en sí mismo el formar parte del trío de finalistas de este reconocido certamen. Un millón de gracias a todos los que han apoyado y votado como merecedor finalista a mi relato "El callejón de los gatos". ¡GRACIAS!

Abajo os dejo el enlace a la web por si gustáis de pasar un buen rato de lectura... O malo...












miércoles, 19 de noviembre de 2025

RELATO DE MAGNA LUMBRICUS MATTER



DE MAGNA LUMBRICUS MATTER




31 de diciembre

Hoy me han comunicado la noticia después de múltiples pruebas. Ahora puedo afirmar que tengo fecha de caducidad. Todo el mundo es conocedor de que ha de partir algún día de este mundo, pero seamos francos, jamás nos paramos a pensar en la muerte. Por lo menos no a corto plazo. El médico ha sido sincero y me lo ha confirmado sin rodeos: cáncer. La palabra ha sonado seca y pesada en mi alma, a la que ha triturado en mil pedazos en escasos segundos. ¿Qué es lo que viene ahora? Con total seguridad, los mensajes de ánimo y esperanza de conocidos y familiares. Tan falsos y vacíos como los que yo otorgara a otra vida que acabó sucumbiendo como lo haré yo sin duda. No, debo ser positivo, como me ha indicado el doctor. Siempre hay luz al final del túnel. Quizá yo...

P. D. 1: ¿A quién quiero engañar? Pocos son los que se libran de esta verdadera pandemia. He de prepararme tanto mental como corporalmente. Mi yo actual en poco tiempo mutará a algo decadente y decrépito. Debo ser fuerte por mis seres queridos.

P. D. 2: Feliz año nuevo...


2 de enero

A las nueve de la mañana me han enchufado a la máquina de quimioterapia. Por ahora lo voy soportando bien. No siento ningún síntoma de los que me advirtieron. Esto me da esperanza. ¿Y si lo lograse? Basta. No pienses más allá de hoy. Esta nueva etapa que me toca vivir es así. Va de vivir al segundo. Uno a uno. Nada existe más allá. 

P. D. 1: ¡No tenía ni idea de que el tratamiento tardase tanto en ser aplicado! Aquí me encuentro mirando al techo de la estancia. Escucho pasar cada segundo del reloj frente a mí. Esto va a ser eterno.

P. D. 2: Para la próxima, debo traerme un libro. ¡Novatooo!



3 de enero

La esperanza de ayer ha sucumbido contra las fuertes náuseas y vómitos. Me siento como si cien camiones me hubieran pasado por encima. Estoy destrozado. Jamás pensé que el remedio fuera peor que la enfermedad. ¿Esto es lo que me queda hasta mi partida? ¡Basta! Fuera los pensamientos negativos. Hay que combatir, pues siempre me he considerado un luchador nato. Y sí, lo voy a lograr. No me cabe duda.

P. D.: Con el paso de los días, los efectos secundarios de la quimioterapia van cesando y mi cuerpo va volviendo a una cierta normalidad. Lo peor ha pasado. Toca descansar.


9 de enero

Me ha despertado el dolor. Una ambulancia me ha llevado al hospital. Los médicos me han puesto una dosis alta de morfina —lo agradezco—. He dormido largo rato, dado que escribo estas líneas en mi diario al momento de despertar. Me siento renovado, como si todo esto hubiese sido tan solo un maldito sueño. Ojalá. Ojalá y fuese así, pero sé bien que no. Toca seguir luchando.

P. D.: ¿Luchando? ¿Cómo se lucha contra algo que te corroe y te devora por dentro?


15 de enero

Me encuentro con los ánimos bajos. Bueno, por los suelos, mejor dicho. He llorado. He llorado y mucho. Y he maldecido. Maldecido a todos. Tanto a personas como a dioses. Pero sobre todo a las personas sanas. Sí, y estoy en mi pleno derecho. ¿Cómo os atrevéis a tirar vuestra vida por el retrete? ¿Por qué perdéis el tiempo en gilipolleces sin sentido? Ahora comprendo eso que me decían una y otra vez: VIVE. El ser humano es tan idiota y corto de miras...


17 de enero

He vuelto de nuevo al hospital para más pruebas. Los ciclos de quimio empiezo a tolerarlos mejor. ¿Será que está haciendo efecto? Hoy toca PET y comprobar cómo va la enfermedad. Lo siento, pero sigo siendo reacio a llamarla por su nombre. Pienso que si no la nombro, que si no pienso en ella, perderá fuerza y acabará yéndose de mí. Este pensamiento me da esperanza.


21 de enero

Hoy me encuentro con fuerzas suficientes y mi hermana me ha hecho el favor de acercarme en coche a casa de los abuelos. No, mis abuelos ya no viven, por desgracia, pero desde pequeño me ha gustado corretear y jugar por su casa. Siempre me he sentido bien allí. Se podría decir que es un enclave que me favorece. La casa —más bien es una mansión— es grande y lujosa, casi pretenciosa se podría decir. De estilo georgiano, por fuera está recubierta de precioso ladrillo rojo y con innumerables ventanales. El interior, como digo, es excelso y casi jactancioso, con incontables habitaciones y espacios para el ocio. Se trata de una vivienda sublime para el desarrollo opulento de una vida de otro tiempo. Mis antepasados jamás tocaron ni remodelaron nada. Ni siquiera el cortinaje o sus muebles. Simplemente, la mantuvieron tal y como se puede ver hoy en día. Y gracias doy por ello.

Una vez en la puerta, le he dicho a mi hermana que se marchase, que no me ocurrirá nada malo. Tras mucho debatir y aceptar a regañadientes, me ha ordenado que al más mínimo indicio de debilidad la telefonease sin falta. Mi hermana es mi faro. No sé qué haría sin ella. Más que el dolor que me produce a veces esta maldita enfermedad, me duele verla pasar por todo esto. Odio ser el culpable de su tormento y pesar. No, ella no se lo merece. Me he despedido de ella y, tras cerrar la puerta, empiezo a caminar por la casa. En el inmueble ya no vive nadie, como digo, pero mis padres la siguen manteniendo habitable y en perfectas condiciones. Siempre nos han indicado a mi hermana y a mí, desde nuestra más tierna infancia, que es parte del legado familiar; que se trata de un miembro más de la familia y que, como tal, debíamos cuidarla en el futuro como todos nuestros antepasados antes. Camino por sus extensas salas, me siento en sus sillones algo desgastados, miro a través de sus portentosos ventanales... Pero no he venido hasta aquí por nada de esto. Esta casa posee un sitio especial para mí. Un emplazamiento que recuerdo bien desde mi infancia, pues fue mi abuelo el que me lo enseñó. Bajo hasta el sótano y voy hasta el extremo opuesto de este, en el que hay una pequeña puerta roja ya desgastada y carcomida por el tiempo. ¿De verdad estoy haciendo esto? Dios, solo se trataba de juegos entre un abuelo y su nieto... Agarro el pomo de la puerta y un pitido punzante perfora mi oído derecho. Casi por instinto, intento protegérmelo con el hombro, aunque de inmediato me introduzco un dedo y lo agito. El sonido ha desaparecido, pero ahora escucho algo. ¿Un susurro? ¿Alguien me está susurrando algo al oído? El corazón se me acelera debido a que creo que mi enfermedad o mi tratamiento contra ella me están jugando una mala pasada. Cojo el teléfono con intención de llamar a mi hermana, pero aquello que me alteró se ha marchado. Contrariado, vuelvo a guardar el teléfono y me propongo abrir aquella puerta. Tiro de ella sin resultado alguno. Esta atorada. Y no me extraña. Los años no pasan en vano y esta casa se remonta a casi los inicios de mi árbol genealógico conocido. Con fuerza —si es que aún me queda alguna gracias a mi enfermedad— vuelvo a tirar de ella y la hoja cede. En ese justo momento me suena el teléfono, dándome un susto de muerte. Es mi hermana. Me obliga a volver a casa.


22 de enero

He regresado a casa de mis abuelos. Estoy dispuesto a entrar. Las fuerzas me lo siguen permitiendo. Esta vez voy directo al sótano debido a que el susurro así me lo ha dictaminado. Ahora lo comprendo y me es claro como el agua. Me ordena que entre... Y así lo hago. Abro de par en par la carcomida puerta y ahora lo recuerdo todo como si hubiese sido ayer. ¡Es aquí donde jugaba y pasaba las horas con mi abuelo! —Cómo lo echo de menos. Gracias a él, tuve una infancia de lo más despierta. ¡Qué bien me lo pasaba descifrando los enigmas y secretos que me imponía!—. Veo las hojas encima de la mesa redonda y las cojo entre mis manos. Están escritas en latín, pero eso no me supone obstáculo alguno debido a que es requisito indispensable el hablarlo si perteneces a mi familia. Echo un vistazo por encima a las mismas y leo lo siguiente en voz alta:

— De Magna Lumbricus Mater. «Sobre la Gran Madre Lombriz...», traduzco al mismo tiempo en mi cabeza.

Vuelvo sobre mis pasos y cierro como puedo la puerta tras de mí. Me encuentro algo trastornado —demasiadas emociones— y decido salir del sótano y tomar algo de aire fresco. Me dirijo al jardín trasero y es allí donde me percato de que aún llevo las hojas conmigo. Las vuelvo a observar y procedo nuevamente a leerlas para cerciorarme: 

— De Magna Lumbricus Mater.

Miro directo al sol, el cual me hace entrecerrar los ojos. Doy un gran suspiro y me siento en uno de los peldaños de la pequeña escalera que separa la mansión del patio trasero. Agacho la cabeza y la coloco entre mis piernas. Al abrir los ojos, veo cómo por la tierra —el patio trasero ha perdido gran parte del césped— una lombriz gorda, larga y roja repta y lucha por volver al cobijo que le ofrece esta. Niego con la cabeza y rompo en risas.

—Sobre la Gran Madre Lombriz, ¿eh? Ja, ja, ja. Abuelo, ¡vaya juegos tontos a los que me hacías jugar! —digo mirando al cielo.

Me levanto para volver al interior de la casa y telefonear a mi hermana para que me lleve de vuelta a mi casa, pero esta vez, el susurro es claro y contundente. No, no es un susurro. La lombriz de tierra me habla de manera clara:

—¡Ven a mí! ¡Puedo ayudarte! 

Asustado, quiero correr; tropiezo con los escalones y caigo al interior de la casa. Dolorido, me pongo en pie y corro por los pasillos y estancias para intentar huir de la casa, mientras la voz me persigue repitiéndome una y otra vez la misma frase:

—¡Vuelve a la tierra! ¡Vuelve a la tierra! ¡Vuelve a la tierra! 

P. D.: Me he traído las hojas conmigo. De la impresión sufrida, no me he dado cuenta de que las llevaba encima hasta que mi hermana me ha dejado en la puerta de mi casa.


25 de enero

Hoy he ido al hospital a recoger los resultados y he recibido la peor de las noticias posible: el cáncer avanza. El tratamiento no está dando sus frutos. Estoy devastado.


29 de enero

Quizá parezca una locura, pero, dado que mi futuro pinta mal, he decidido investigar sobre lo acontecido hace una semana. Sí, sé que suena demencial —lo más seguro es que lo sea o venga derivado de mi tratamiento o enfermedad, quién sabe...—, pero otorgue a un condenado a muerte vivir sus últimos instantes en esta tierra como le plazca.

Hoy he regresado a casa de mis abuelos y voy directo al patio, decidido a “entablar conversación” con la lombriz. Como puede intuir, no ha habido rastro de lombriz ni de voz que me “hablase” esta vez. Esto me ha sacado una sonrisa y me ha tranquilizado. Antes de volver a la puerta roja del sótano, quiero pasar por la gran biblioteca que hay en esta casa. La biblioteca, me dijo una vez mi abuelo, es tan antigua como la casa misma, y todas las generaciones de nuestra familia la han ido ampliando y dotando de libros de lo más variopinto. Traspaso las dos grandes columnas de madera de estilo corintio que sirven de antesala a tan portentoso lugar, y el corazón me da un vuelco que hace preguntarme a mí mismo en voz alta:

—¿Habrá aquí, entre tanta sabiduría de siglos, algún remedio para curar esta enfermedad que me consume por dentro? —me digo esperanzado, mientras los ojos se me inundan de lágrimas irremediablemente.  

Me pierdo por entre sus múltiples pasillos y empiezo a buscar con ahínco el libro titulado Cura para tu cáncer. Una sonrisa resignada y amarga se me dibuja en la cara, pero de inmediato es sustituida por un fuerte pensamiento: El cáncer podrá acabar con mi cuerpo; lo podrá destrozar, exprimir, licuar, pero jamás podrá acabar con mi esencia. Con mi yo. Por eso aún sonrío y lo seguiré haciendo hasta el último segundo de mi existencia.

De vuelta a mi labor, encuentro varios ejemplares muy raros que me llaman la atención: De la oscuridad a la luz, Daemones Sapientiae, Los círculos de K`ram Dahe... Solo uno se impone sobre todos ellos: el De Magna Lumbricus Mater. Lo he hallado —¿puedo decir que me ha encontrado él?— en una de las esquinas de la biblioteca, casi resguardado de toda mirada indiscreta. Cuando lo he sostenido entre las manos y lo he abierto, he podido comprobar que faltan varias de sus páginas. Al instante he caído: «Seguro que son las que me llevé a casa», pienso. Con gran interés he comenzado a leerlo. Se trata de un grimorio extraño —si es que cualquier grimorio no lo es—, de cubierta verdosa, pringosa y resbaladiza. Está rematado con cantos y estampados en oro, ya algo desgastado por el pasar de los años. Puedo leer y reconocer de pasada algo sobre su contenido: múltiples símbolos arcanos, ritos y cánticos a la Gran Madre Lombriz, pero de entre todos ellos, el texto que a continuación transcribo y el símbolo que muestro son los que más me han llamado la atención, debido a que aún los recuerdo de mis juegos de infancia con mi abuelo:


Texto transcrito del grimorio:


Eo, golfratath vime ryll, a t`ak throá vuph

liquèrik, lovitek e le vohrr! Kèllopt a t`ak z`giak

x t`ak rip`gaj tkil, wakg lis mempt`s a opkitaj

lis m`attis prem`at a les inggk`s oj le vekitris octitag`s

N`gguts i le alyht! N`gguts i le alyht! N`gguts i le alyht!



Dibujo del símbolo:



Traducción del texto:


¡Oh, bienaventurados aquellos que, en su peregrinaje hacia lo desconocido, hallen a la durmiente Lombriz! Porque en su ceguera y su andar reptante, serán los primeros en desentrañar los secretos sellados en las entrañas de la eterna oscuridad.

¡Volved a la tierra! ¡Volved a la tierra! ¡Volved a la tierra!


Con el libro como compañero, me decido volver al patio, ya que hace un día de sol maravilloso. Me siento de nuevo sobre uno de los peldaños de la escalera y entonces la he vuelto a ver. Es la misma lombriz gorda, larga y roja del otro día. Repta hacia mí, lenta y danzante. Sin esperarlo, la vista se me apaga y se vuelve oscura. Un mareo repentino hace que me desmaye.

Me despierto recostado sobre el suelo del patio y doliéndome el oído derecho, debido a que el pitido punzante ha reaparecido. Me levanto y me sacudo la tierra de la ropa. Busco con ganas el libro que sostuviera momentos antes del desmayo. Lo hallo cerca de mí, a escasos centímetros y medio incrustado en la tierra, como si alguien lo hubiese querido enterrar en aquel sitio. Cuando lo agarro y lo extraigo, doy un respingo hacia atrás a causa de la repugnancia momentánea sufrida. Debajo del ejemplar, cientos de lombrices de tierra se retuercen y se aferran a él. Regreso al interior de la casa y llamo a mi hermana para que me recoja, pero algo ocurre. Al tercer toque de mi teléfono, un súbito dolor hace presencia y todo se vuelve oscuro en escasos segundos. He vuelto a desmayarme.



29 de enero (noche)

Me he despertado en el hospital. Mi hermana me ha contado que me encontró tirado en el frío suelo de la mansión de los abuelos. Que recibió mi llamada, pero que al contestar no respondí. También me ha informado que los doctores me han hecho pruebas y pronto obtendré los resultados. 

Me han dado varios tipos de medicamentos —entre ellos morfina para el dolor— y me han estabilizado. Al poco rato, he recibido el alta y he regresado a casa. Estando aquí lo he recordado. He telefoneado a mi hermana para preguntarle por el libro que debía estar junto a mí en el suelo de casa de los abuelos, pero no recuerda haber visto ningún libro.

P. D.: Acabo de terminar de escribir esto ahora mismo en mi diario. Son las dos de la mañana y sigo con los ojos abiertos. No tengo sueño.


3 de febrero

Extrañamente, hoy me he levantado más fuerte y con mayor vigor que nunca. He vuelto al hospital para recoger los resultados de las pruebas del otro día y he recibido la sorpresa más grande que jamás esperaría: ¡mi cáncer ha disminuido en tamaño! El oncólogo que me trata, el doctor Claston, no da crédito a tan improbable cuadro. Ha sido claro conmigo y me ha explicado que, hasta hace pocos días, mi cáncer había llegado a un punto de no retorno; es decir, que era incurable y que había comenzado la fase metastásica. Que es casi un milagro que ahora, tras las pruebas, haya remitido tanto en tan poco tiempo. Me ha informado que debe realizarme más pruebas y ver en las próximas fechas la evolución de este, pero que si la enfermedad sigue remitiendo así, ¡se puede lograr! ¡Puedo vencer a mi cáncer!

P.D.: No quepo en mí de alegría. Tengo el ánimo por las nubes, al igual que mis fuerzas. Eso sí, no tengo apetito alguno y solo pensar en comida me da náuseas. 


7 de febrero

Sigo con las náuseas y vomito todo alimento que entra por mi boca, ya sea líquido o sólido. Pero tengo apetito... Hambre por otra cosa... 

Las fuerzas y el vigor siguen sin desaparecer a pesar de la inanición que empieza a ser preocupante en mí. Es extraño. Eso sí, sufro de gases y ventosidades poco comunes. En mi barriga noto cómo se me retuercen las tripas. A veces siento algo de dolor, pero no es algo que no pueda soportar. Tengo cita próxima con el oncólogo para revisión. Le comentaré lo del apetito y los vómitos, como también lo de los gases.

P. D.: ¡Madre de Dios! ¡Vaya fiesta tengo montada aquí dentro!


9 de febrero

Hoy me encuentro pletórico, aunque la falta de ingesta me tiene muy preocupado. Voy a casa de mis abuelos dando un paseo. ¡Dios, cómo echaba de menos el poder caminar sin cansarme! Este gesto me carga más aún las pilas, debido a que de seguro mi enfermedad seguirá menguando. Entro en la casa y busco el libro en el lugar donde me desmayé. Nada, ni rastro. Abro de par en par todas las pesadas cortinas para que la luz solar invada el interior de la casa. Lo busco por todas las estancias —incluido el patio trasero— y nada. En la biblioteca no está, por lo que bajo hasta el sótano para comprobar si se encuentra aquí, en la pequeña habitación situada tras la puerta roja decrépita. La abro y accedo a ella. Para mi sorpresa, observo cómo el libro se encuentra sobre la mesa redonda —¿quién demonios lo habrá colocado allí?—. Lo abro y veo que ha sido reparado —las hojas faltantes que tengo en mi poder ahora están de nuevo fusionadas al lomo del libro, sin señales de rotura—. Por sorpresa, se hace presente de nuevo el pitido punzante en mi oído derecho y dejo caer el grimorio al suelo, abriéndose este más o menos por su mitad. Poco a poco, el sonido cambia a otra cosa. De nuevo, se hace presente la voz: 

—¡Vuelve a la tierra! ¡Vuelve a la tierra! ¡Vuelve a la tierra! —escucho con total claridad. ¿Proviene del libro? ¿De la habitación? ¿O acaso de...?

Un dolor inhumano e inesperado me corroe por dentro. Las tripas me van a explotar. Siento cómo algo me desgarra. Me desabrocho la sudadera y me levanto la camiseta, y veo que algo se retuerce en mi interior. Una punción seca me tira de rodillas al suelo de la habitación que, hasta ahora, no había reparado en que se trataba de tierra. De la misma tierra que hay en el patio y circundando toda la casa. Intento por todos los medios de parar los movimientos con mis manos desde el exterior, golpeando lo que sea esa cosa, pero me es inútil. Lo noto cada vez más. Algo me muerde y me hace saber que desea salir. Veo como mi ombligo se hincha de forma grotesca y, sin dar crédito, observo cómo algo viscoso y rojo asoma de él. Sigue moviéndose, queriendo emerger hasta el exterior. Con valor lo agarro entre mis manos y lo extraigo de mí para tirarlo al otro extremo de la pequeña habitación. Lo veo asombrado.  Se trata de una enorme lombriz roja de metro y medio y de unos cinco centímetros de grosor. Jadeo, y un sudor profuso recorre mi cuerpo. El dolor es enorme. Me incorporo con torpeza mientras me presiono con fuerza la herida por la que ha salido esa cosa para no desangrarme. La observo reptar, babear y retorcerse sobre la tierra de la habitación... Pero también la oigo reír. ¿Cómo es posible todo esto? ¿Acaso la enfermedad ha vuelto y con ella las malditas alucinaciones? ¿O es que me estoy volviendo loco de remate?

—Gracias, Edouard. Creo que te he ayudado bien... —me habla telepáticamente aquella cosa gelatinosa mientras ríe sin parar.

—¿Qué me has ayudado? —pregunto, casi enloquecido por el horror.

—Exacto, querido. Te he salvado del mal que te afectaba. Te he librado del tumor. Entré a ti por tu oreja y lo he devorado hasta la raíz desde dentro. 

Me tapo los oídos con ambas manos, creyendo que eso bastaría para evitar seguir escuchando a tal criatura.

—Edouard, querido, nuestra conexión es mental. Es así desde el mismo momento en que leíste un pasaje del grimorio durante tus juegos de niñez. El abuelo te preparó bien. Pero ahora debo ser yo quien te lo muestre. Tengo tanto que enseñarte, querido... 

—¡No! ¡Basta! ¿Qué clase de locura es esta? —grito, desesperado y sin querer asimilar la verdad que tengo frente a mí.

—¿Locura? Al igual que algunos de tus antepasados, también has sido bendecido por la Madre Lombriz. Volverás a la tierra y en ella renacerás.

—¿Qué eres? —pregunto, tapándome la boca para no vomitar.

—Un avatar terrenal y corpóreo de la Magna Mater, arraigada a este mundo desde tiempos ultradimensionales. Dormito aletargada, esperando vuestra llamada, con el único fin de mostraros la grandeza de la Madre...

Pienso en salir corriendo para no volver jamás a esta casa demoníaca, pero lo que me pregunta me deja sin capacidad de reacción:

—Por cierto, querido, ¿qué tal tu enfermedad? —me pregunta, estallando entre risas burlescas y guturales.

Después de esa pregunta, debí desmayarme y caer al terroso suelo, pues no recuerdo nada más.


12 de febrero 

Lo que recuerdo tras desmayarme es haber despertado en un lugar ajeno a este. Era un mundo terroso, oscuro y húmedo, carente de sonido y de luz. Madre vive en él, entrelazada con las raíces ancestrales de otra gran deidad. Mi cuerpo ya no es como el que poseo en vuestro plano de la realidad; no, sino que ha trasmutado a un cuerpo gelatinoso. No puedo verme, debido a que ahora no poseo ojos —ni cabeza ni extremidades—, pero sí que lo puedo sentir. Noto que mi cuerpo está formado por metámeros, con los que me muevo gracias a movimientos peristálticos. Percibo también que no estoy solo, sino que hay muchos más como yo. Todos formamos parte de algo mayor. De una gran colonia. 

Estando bajo tierra en esta oscura calidez, la escucho con total claridad: es la Magna Lumbricus Mater. Y a través de ella aprendo. Me otorga conocimientos de más allá de eones. Me susurra secretos y conocimientos que ni en mil vidas podría haber hallado por mí. Pero también me ha ofrecido un regalo en particular. Solo a mí, por haber sufrido tanto en mi anterior vida y por ser descendiente de la familia más fiel y servicial. Se trata de su primer don: cómo evitar la enfermedad y la muerte. Mi pago a cambio de tan poderosos dones es únicamente aceptar... Y por supuesto que he aceptado. La Madre Lombriz es omnisciente y por ello nos regocijamos en ella. Es paciente, pues dormita enterrada en las profundidades durante milenios la llamada de todos y cada uno de nosotros para mostrarnos las enseñanzas de las estrellas. Vosotros teméis lo que no podéis comprender, pero pronto todos y cada uno de vosotros la sentiréis en vuestro interior y comprobaréis por vosotros mismos su grandiosidad. Ahora yo lo sé, y ansío la llegada del día en que todos nos entrelacemos alrededor de la Gran Madre Lombriz.


P. D.: Me he despertado enterrado bajo la tierra de la pequeña habitación del sótano. Ella me protege de la luz solar, pues me daña como a toda lombriz. He esperado hasta la noche para poder evitar el sol y así poder alzarme liberado de todas mis ataduras humanas, pero con un hambre y sed terribles. Ahora sé lo que debo hacer, ya que la Gran Madre me guía y me susurra en mi interior. Debo alimentarme de la sangre de los que fueron mis congéneres humanos, empezando por la de mi hermana...


—Diario de Edouard Delavergnoux—


ACTUALIZACIÓN BANNER PARA MI CUENTA EN X (TWITTER)

 Os presento la nueva imagen de mi banner en X. Se ha suprimido la antigua portada de El ente de la cripta por la versión final. Espero que os guste ˆ—ˆ .




¡PRESENTACIÓN DE LA PORTADA DE MI PRÓXIMO LIBRO!

 ¡Os presento la que será la portada de mi tercer libro, titulado "Desclasificado"! En esta ocasión, me salgo —un poco, por así decirlo— de mi terreno favorito, el terror, para pasarme al noir detectivesco. Espero que os guste tanto como a mí:




Constará de más de trescientas páginas a todo color, entre las que encontraréis texto, fichero de personajes, documentos y enigmas que deberéis resolver —si os apetece— para que la inmersión sea total. Yo he quedado bastante satisfecho con el resultado, la verdad. Ahora os toca a vosotros 😀.

Verá la luz en 2026.


Por último, os dejo su sinopsis:


«En la eterna noche de Kingstown, una ciudad sucia, decadente, oscura y corrupta, la delincuencia y el crimen se enfrentan a su fin. Ed Lambert, un detective sin escrúpulos y de lenguaje soez, está decidido a impartir justicia a su manera: a la vieja usanza. Armado solo con su gabardina y su revólver Smith & Wesson .44 Magnum, no se detendrá ante nada para arrojar luz sobre los diversos casos que su superior, el capitán Robert Duncan, le encomiende.

“Desclasificado” es una colección de relatos detectivescos cortos que siguen las aventuras del detective Ed Lambert mientras resuelve seis casos intrigantes. ¿Te atreves a acompañarlo en esta emocionante travesía?».


¡NUEVA COLABORACIÓN!

Me es grato anunciaros una nueva colaboración, mediante ficción sonora, de uno de mis relatos con los amig@s de Relatos de la cripta (@relatosdecripta).

Esta vez le ha tocado el turno a "La mujer enamorada", relato que podéis encontrar en mi libro "Mientras duermes". Sin más, os dejo el enlace de YouTube para que podáis escucharlo. Y por favor, ¡no dejéis de compartirlo!